Y se hizo el cine

«La emoción de la sala entró también en el corazón de Ilustrísima, que comenzó a latir acelerado. Y de repente, la maravilla. Una locomotora lanzada a toda velocidad contra la sala provocó pánico y desbandada. La gente empezó a correr y gritar. Algunos trataron de abrir la puerta. Las mujeres lloraban. El tratante se había escondido debajo del banco. El perro ladraba. Un viejo pedía socorro. Durante los dos minutos que duró la proyección de la cinta, la sala se convirtió en una especie de feria, en la que resultaba imposible atender a las imágenes que se reflejaban sobre la sábana. Cuando en medio de aquel barullo descomunal se hizo de nuevo la luz, Barbagelatta pudo convencer no sin trabajo a la concurrencia de que no pasaba nada y de que cada uno volviese a su lugar»

Este fragmento perteneciente a Ilustrísima, deliciosa a la par que breve novela de Carlos Casares, nos remonta a los tiempos en que el pánico se apoderaba del inexperto público en las proyecciones de L’arrivée d’un train à La Ciotat, de los hermanos Auguste y Louis Lumière. Eran los primeros años del cinematógrafo y nadie estaba preparado para ese nivel de realismo … ni a la magia del cine.

Ilustrísima es el tratamiento otorgado a Fernando Fanego, obispo de una pequeña ciudad gallega de interior que muchos identifican con el Ourense natal de Carlos Casares. La llegada del cinematógrafo romperá la monotonía del lugar provocando el conflicto entre Ilustrísima, de mentalidad abierta e interesado en el nuevo invento, y otros compañeros de profesión que ven ese artilugio como una severa amenaza para el orden establecido. Y es que, para la vertiente más conservadora de la Iglesia el cine era una incontrolable fuente de peligros, peligros físicos pero, sobre todo, espirituales.

Barbagelatta, el hombre que en el texto se ve obligado a aplacar los ánimos del emocionado público, fue un personaje real, de nombre castellanizado Eduardo Barbagelata (2), parte de una estirpe de feriantes que se convirtieron en todo un referente de la exhibición cinematográfica en la Galicia de finales del siglo XIX y principios del XX. Las primeras noticias que tenemos de los Barbagelata datan del 1863, año en que alquilaron un local de la rúa Nova de Santiago para emplazar una «Exposición Mecánico-Óptica y Cristalería» (3). A partir de entonces, los archivos albergaron con cierta periodicidad sus solicitudes de permiso para instalar barracones de feria con sus espectáculos de variedades. Con la llegada del cinematógrafo y el agotamiento de un único repertorio, Eduardo Barbagelata decidió especializarse en la exhibición cinematográfica. En 1912 continuaba con su pabellón itinerante pero ya mantenía una programación estable en un local de Ourense, que prosperó hasta que en 1919 pudo alquilar el Teatro Principal de la misma ciudad. Con el tiempo, los Barbagelata asentarían su negocio en la zona de Monforte de Lemos y comarca, donde todavía se les recuerda con cariño.

Cinematógrafo Barbagelata

Pabellón cinematogáfico de los Barbagelata en Tui a principios del siglo XX (4)

Pero la familia Barbagelata no fue una excepción, César Márques y Alexandre Azevedo, Lino Pérez, Matías Sánchez o Isidro Pinacho, son solo algunos nombres de otros activos empresarios de la exhibición de cine primitivo. Junto a ellos llama a la atención la compostelana Teodora Sanz de Valluerca, que dirigía su propio negocio en un tiempo en el que las mujeres eran relegadas de la actividad empresarial. Aunque había quien se centraba en una zona, el proceder de estos empresarios solía ser el mismo: recorrer la geografía gallega frecuentando ciudades y pueblos durante sus fiestas patronales, y asentarse en las inmediaciones del núcleo urbano donde montaban barracones provisionales de madera y lona (a los que llamaban pabellones para otorgarles cierto prestigio). Las clases populares conformaban el grueso del público de las películas (vistas cinematográficas, en aquella época), que en aquellos tiempos eran un mero divertimento más del repertorio de los espectáculos de variedades, se proyectaban entre actuaciones de magia, bailes, exhibiciones de animales, inventos ópticos, etc. Para atraer a la burguesía, que rechazaba estos espacios por considerarlos vulgares, algunos exhibidores optaron por alquilar temporalmente locales céntricos preexistentes. José Sellier Loup, fotógrafo de origen francés y residente en A Coruña, divulgó así parte del catálogo de los hermanos Lumière junto con sus propias películas, las primeras rodadas en Galicia. Por aquel entonces, las vistas cinematográficas eran piezas de entre uno y dos minutos de duración y los espacios de exhibición demasiado pequeños e incómodos: sillas o bancos de madera para los espectadores, frente a una tela blanca haciendo de pantalla y el proyector al fondo, pero eso no impidió que los primitivos cines se abarrotasen de un público a la expectativa de nuevas ilusiones.

De entre todos los empresarios de la exhibición cinematográfica de la primera década del pasado siglo XX, cabe destacar por su éxito y su posterior relevancia a Isaac Fraga Penedo. El carballinés, nacido en 1888, se convertiría en el principal empresario en los sectores de la exhibición y distribución cinematográficas de Galicia.

Detalle del Cine Fraga

Detalle de la fachada del Teatro-Cine Fraga de Vigo

Tras emigrar a Argentina y conocer el artilugio de los Lumière en Buenos Aires, volvió a Galicia en 1908, se compró un caballo y un cinematográfo, y comenzó su andadura como exhibidor ambulante. Hombre ingenioso y de recursos, Fraga solía recurrir a su condición de ex seminarista para convencer a los párrocos rurales de que le dejasen proyectar vistas cinematográficas en las iglesias.

En 1909 su carrera arranca imparable con el éxito de sus pabellones cinematográficos en Santiago de Compostela, debido a la coincidencia en la ciudad de la celebración del año santo con la Exposición Regional Gallega. Entre 1914 y 1920 se hará con la gestión o propiedad de los principales locales gallegos que después extenderá hacia el norte, centro y noroeste de la península, llegando a sumar un total de 64 locales de espectáculos a lo largo y ancho del Estado. Con la contratación en 1911 del escenógrafo Camilo Díaz Baliño para la remodelación del Salón Apolo de Santiago, se iniciará una fructífera relación laboral (5). Díaz Baliño se encargaría de personalizar los teatros al gusto de Isaac Fraga y dirigiría el Taller de Arte y Propaganda, una innovadora factoría de decorados para representaciones teatrales, y de carteles y anuncios que se distribuían por todos los cines de la empresa. En 1948, Isaac Fraga inaugura su cine más emblemático, el Teatro-Cine Fraga de Vigo, buque insignia de los tiempos gloriosos y último superviviente de una empresa cuyo declive comenzaría con la consolidación de los multicines.

Los primeros tiempos del cine fueron, en fin, menos elegantes que la época de las grandes y majestuosas salas de los años 50 y 60, y menos cómodos que los actuales tiempos de amplias butacas en grada, pero fueron tiempos llenos de expectación e ilusión, de descubrimiento de la magia del cine.

A Diego Vázquez Meizoso, en recuerdo de aquella exposición, posiblemente la mejor exposición de la Historia (al menos, la mejor de nuestra Historia).

Notas:

(1) Casares, Carlos: Ilustrísima, editorial Galaxia, Vigo, 1980, págs: 51-52.

(2) O Barbajelata según algunas referencias anotadas en Cabo Villaverde, J.L: Cinematógrafos de Compostela 1900/1986, CGAI, A Coruña, 1992.

(3) Cabo Villaverde, J.L e Sánchez García, J.A: Cines de Galicia, Fundación Barrié, A Coruña, 2012, pág. 30.

(4) Imagen extraída del libro Cines de Galicia.

(5) Y también personal, no en vano Fraga apadrinaría uno de los hijos de Camilo Díaz Baliño, Isaac Díaz Pardo.

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